El 20 de enero de 2025, Donald Trump asumió nuevamente como presidente de Estados Unidos, marcando un momento de alto impacto en el escenario político mundial. En este segundo mandato, Trump llega con un poder político consolidado, apoyado por el control absoluto del Partido Republicano, una Corte Suprema mayoritariamente alineada, y las cámaras legislativas bajo su dominio. Este contexto le otorga la capacidad de impulsar una agenda política que promete redefinir las dinámicas del poder global en el siglo XXI.
A diferencia de su primer mandato en 2017, Trump regresa como el líder de una alianza política profundamente vinculada a los intereses del sector tecnológico y financiero. Su gabinete refleja esta nueva realidad, con figuras emblemáticas como Elon Musk, quien lidera el recién creado Departamento de Eficiencia Gubernamental. Musk, además de haber financiado parte de la campaña, se perfila como una figura clave en la administración, con un rol que parece rivalizar en influencia con el del propio vicepresidente.
La ceremonia de asunción simbolizó este giro: además de mandatarios internacionales, estuvieron presentes magnates como Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Sundar Pichai, Tim Cook y Sam Altman, marcando una inédita alianza entre la política de Washington y los líderes tecnológicos. Este nuevo esquema de poder deja entrever un intento de consolidar una nueva fase de capitalismo tecnológico e imperialista, con Estados Unidos liderando un modelo neoconservador adaptado a las demandas del siglo XXI.
En su discurso inaugural, Trump prometió el inicio de una «era dorada» para Estados Unidos, enfocada en recuperar la soberanía económica y energética del país. Uno de los ejes más destacados fue su ruptura con la agenda verde impulsada por la administración Biden. Trump anunció la retirada de Estados Unidos del Acuerdo de París, el fin de los subsidios a energías renovables y una vuelta al uso intensivo de combustibles fósiles bajo el lema “drill, baby, drill”.
“Tenemos las mayores reservas de petróleo y gas del mundo, y vamos a utilizarlas. Vamos a construir automóviles como nunca antes, y devolveremos los empleos industriales que otros gobiernos destruyeron”, afirmó.
En el ámbito internacional, Trump reafirmó su compromiso con una política exterior centrada en los intereses nacionales. Uno de sus primeros movimientos fue anunciar una reunión con Vladimir Putin para buscar una solución al conflicto ruso-ucraniano. Según Trump, su objetivo es evitar mayores pérdidas humanas y materiales, además de debilitar la alianza entre Rusia y China, principal rival estratégico de Estados Unidos.
Sin embargo, el presidente chino, Xi Jinping, respondió reafirmando la alianza con Rusia, describiéndola como «estratégica e integral». A pesar de este endurecimiento en la retórica, Trump dejó abiertas posibilidades de diálogo, invitando a Xi Jinping a la ceremonia de asunción, aunque quien asistió fue el vicepresidente Han Zheng.
El nombramiento de Marco Rubio como Secretario de Estado y de Michael Waltz como Consejero de Seguridad Nacional refuerza la postura de línea dura contra China. Rubio, conocido por sus declaraciones contra el Partido Comunista Chino, inició su gestión con una reunión con los cancilleres del Quad (Estados Unidos, Japón, India y Australia), un bloque clave en la estrategia de contención de Beijing.
Para América Latina, el segundo mandato de Trump anticipa un endurecimiento de las relaciones bilaterales. En su discurso, Trump reavivó tensiones con México al proponer renombrar el Golfo de México como “Golfo de América”. La respuesta llegó rápidamente: la presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, rechazó tajantemente la propuesta, reafirmando el carácter histórico y geográfico del nombre.
Otro frente de conflicto es el Canal de Panamá, donde Trump acusó a China de controlar indirectamente las operaciones y prometió “tomarlo de vuelta”. El presidente panameño, José Raúl Mulino, desmintió tales acusaciones y aseguró que el canal opera bajo plena soberanía panameña.
El regreso de Trump se da en un contexto de profunda transformación global, marcado por la crisis económica, la aceleración tecnológica y una pugna creciente entre potencias. Su administración representa un modelo que combina un nacionalismo exacerbado, un capitalismo tecnocrático y una política exterior agresiva, enfocada en reposicionar a Estados Unidos como el actor hegemónico en el tablero geopolítico mundial.
El “enfrentamiento del G2” entre Estados Unidos y China seguirá definiendo las dinámicas globales. La estrategia de Trump alternará entre confrontación y posibles acercamientos pragmáticos, dependiendo de los intereses estratégicos en juego.
Los próximos meses serán clave para observar si esta segunda administración profundiza las tensiones internacionales o encuentra vías para estabilizar el sistema global. En cualquier caso, su retorno a la Casa Blanca marca un antes y un después en la política mundial del siglo XXI.