Gobierno: Cruces internos por religión y política exterior, mientras Milei profundiza su alineamiento con Israel y expone la influencia de convicciones personales.
La interna entre las bandas de Santiago Caputo y Karina Milei sumó un nuevo capítulo, esta vez atravesado por cuestiones religiosas y políticas. El conflicto se encendió cuando Lucas Luna, funcionario alineado con Caputo, publicó en redes sociales un mensaje que generó fuerte rechazo: “No los odiamos lo suficiente”, en referencia al islam. La reacción no tardó en llegar: Sharif Menem, sobrino de Martín Menem y uno de los principales referentes del karinismo, le respondió tajante: “Borra esto, pelotudo”. El cruce expuso una vez más la tensión entre los armados digitales y los sectores más tradicionales del oficialismo.
La escalada continuó cuando el propio presidente de la Cámara de Diputados, Martín Menem, intervino en la discusión y calificó la frase de Luna como “una estupidez que dijo alguien que tiene que leer un poco más”. Menem remarcó: “No se puede mezclar a todo el islam con el terrorismo”, marcando distancia con el discurso de Caputo y sus seguidores. Sin embargo, desde el entorno del asesor todoterreno, la respuesta fue aún más dura: “El que te proponga diferenciar la religión del terrorismo, ese es el traidor”. La interna, lejos de apaciguarse, revela una grieta cada vez más profunda en el corazón del gobierno libertario.
Este episodio no es aislado y se inscribe en una serie de disputas que afectan la estructura interna del oficialismo. La tensión entre los llamados “tuiteros” y los “territoriales” se reavivó, mostrando un escenario donde las diferencias ideológicas y de métodos se mezclan con la gestión diaria y la toma de decisiones estratégicas. La convivencia entre ambos sectores resulta cada vez más compleja, con episodios públicos que dejan en evidencia la falta de cohesión y la puja por el control político.
Mientras tanto, Javier Milei profundiza su vínculo político y espiritual con Israel, en un contexto internacional marcado por la guerra en Gaza y el aislamiento diplomático de Tel Aviv. Durante su reciente visita oficial, el presidente argentino fue ovacionado en la Knéset, el parlamento israelí, donde pronunció un discurso cargado de referencias religiosas y morales: “Estamos en una batalla existencial y moral entre el bien y el mal, de la que depende el futuro de la civilización, ante el avance implacable de la barbarie”. Milei justificó su decisión de trasladar la embajada argentina a Jerusalén Occidental —prevista para 2026— con argumentos de fe y evocando la figura bíblica del rey David.
El traslado de la embajada, presentado como una promesa de campaña y un mandato espiritual, coloca a la Argentina entre los pocos países que reconocen a Jerusalén como capital exclusiva de Israel, en abierta contradicción con la postura de la ONU y la mayoría de la comunidad internacional, que consideran a la ciudad como territorio en disputa. Esta decisión, que requiere aprobación legislativa, podría afectar el histórico respaldo de los países árabes al reclamo argentino por Malvinas y generar tensiones comerciales y diplomáticas. Más de veinte naciones árabes han votado tradicionalmente a favor del reclamo argentino en Naciones Unidas, apoyo que podría desaparecer si se concreta el traslado de la embajada.
En paralelo, Milei firmó acuerdos bilaterales que incluyen la apertura de vuelos directos entre Buenos Aires y Tel Aviv y la extensión de prestaciones sociales a ciudadanos israelíes residentes en Argentina. El convenio, que otorga acceso a jubilaciones, pensiones y asignaciones, fue reglamentado en junio de 2025 y se implementa bajo un esquema de reciprocidad para argentinos en Israel. Sin embargo, la medida fue criticada por la oposición y sectores sociales, que la consideran contradictoria en un contexto de ajuste interno y recortes en el sistema previsional nacional. El gobierno defendió el acuerdo como parte de una política de integración y cooperación internacional, aunque persisten las dudas sobre su impacto real en la economía local.
El relato de Milei en torno a Israel y el judaísmo trasciende la política exterior y se inscribe en una narrativa mística y personal. El presidente, que aún no formalizó su conversión al judaísmo, sostiene que su decisión de trasladar la embajada responde a un mandato espiritual: “Es que me lo pidió el rey David en un sueño”, habría explicado a su entorno. En sus discursos, Milei insiste en que la lucha contra el terrorismo es una batalla del bien contra el mal, y suele iniciar reuniones de gabinete con discusiones sobre la Torá. La creciente influencia religiosa en la gestión libertaria se refleja también en la designación de Axel Wahnish, rabino y guía espiritual de Milei, como embajador argentino en Israel, y en la entrega del Premio Génesis (“Nobel Judío”) al presidente argentino por su apoyo incondicional al Estado israelí.
La simbiosis entre política, religión y misticismo marca un cambio radical en la política exterior argentina, alejándose de la tradicional neutralidad y abriendo un frente de debate interno y externo. El traslado de la embajada y los acuerdos bilaterales se presentan como gestos de amistad y alineamiento, pero generan controversia y abren interrogantes sobre el futuro de la diplomacia argentina y sus relaciones con el mundo árabe y musulmán.
En este escenario, la interna libertaria, marcada por declaraciones polémicas y enfrentamientos públicos, se entrelaza con una política exterior que mezcla convicciones personales, religión y alineamiento estratégico con Israel. El gobierno enfrenta el desafío de sostener la cohesión interna mientras avanza en decisiones que reconfiguran la posición argentina en el escenario internacional y generan repercusiones tanto en el plano externo como en la política doméstica.
Fuentes: F: gs (afp, efe, ap)