Aranceles recargados y una Reserva Federal bajo tensión dominan el escenario económico estadounidense, empujando a mercados y gobierno a una pulseada sin precedentes en tiempos recientes.
La economía estadounidense enfrenta un clima de incertidumbre desde que el presidente Donald Trump reactivó en julio la ofensiva arancelaria, imponiendo gravámenes de entre el 10% y el 41% sobre importaciones de 69 socios comerciales. Este giro incluye un golpe de 50% para productos de Brasil y una presión particular sobre la Unión Europea, que optó por no tomar represalias y accedió a mayores compras e inversiones energéticas estadounidenses, según el propio mandatario. La recaudación fiscal por este concepto saltó de un promedio de 7.000 millones de dólares mensuales durante 2024 a 27.000 millones en junio de 2025. El “arancel universal” de 10% ahora solo aplica a países con déficit comercial frente a EE.UU., mientras que aquellos con superávit tributan un 15% y una docena, por trato desigual, pagan alícuotas aún mayores, como el caso brasileño.
Los efectos en la macroeconomía son claros: el enfriamiento de la actividad se combina con un alza sostenida de precios, forzando a sectores industriales y consumidores a revisar expectativas. Importadores de insumos y fabricantes trasladan el sobrecosto a las góndolas, y los indicadores oficiales marcan que la economía se desacelera más de lo esperado. Las restricciones comerciales, lejos de revertir el déficit, avivan la inflación y alteran la dinámica global de abastecimiento.
En el plano institucional, la pulseada en torno a la política monetaria agrava el cuadro. Jerome Powell, titular de la Reserva Federal, resistió las presiones de la Casa Blanca y mantuvo sin cambios la tasa de referencia en 4,25%-4,50%, aunque con un quiebre poco habitual de la unanimidad puertas adentro: la votación concluyó 9 a 2, con la ausencia de la gobernadora Adriana Kugler, que a las pocas horas presentó su renuncia seis meses antes del final de su ciclo. Esto deja a Trump con la potestad de colocar a un aliado propio en la Junta de Gobernadores y refuerza su influencia en la previa de una eventual designación del sucesor de Powell, cuyo reemplazo busca acelerar antes de la reunión clave de septiembre. El proceso de selección ya está en marcha con nombres como Scott Bessent y Kevin Warsh en danza; Trump quiere a su elegido sentado cuanto antes al frente del directorio.
La política tarifaria y el endurecimiento con la Fed encuentran al mandatario decidido a imponer su agenda y con mercados que, tras torcerle el brazo en abril, ahora asisten al endurecimiento sin contrapeso. La figura de Powell resiste, pero la presión por una baja drástica de tasas aumenta desde la presidencia. “Jerome ‘Demasiado Tarde’ Powell, un terco, debe bajar sustancialmente las tasas ahora o la Junta debe tomar el control”, fue el mensaje de Trump esta semana en las redes.
El trasfondo es el riesgo de un retroceso adicional de la economía y una inflación persistente impulsada por los nuevos aranceles, mientras los mercados globales ajustan posiciones y la política monetaria atraviesa su mayor asedio desde los años de Richard Nixon. Estados Unidos transita así un sendero de fuerte intervención gubernamental y desconfianza institucional, con la economía real ya sintiendo el impacto directo de la “magia de los aranceles” y una Reserva Federal jugando contrarreloj para sostener su independencia.