Este 14 de febrero se cumplen 53 años de relaciones diplomáticas entre México y China, un aniversario que llega en un contexto global marcado por la creciente competencia entre la nación asiática y Estados Unidos. En plena conmemoración, el gobierno mexicano decidió extender por cinco años las cuotas compensatorias a las importaciones chinas de tuberías de acero, además de iniciar una investigación por presunto dumping en el cartoncillo procedente de China, lo que podría derivar en nuevas restricciones comerciales.
Desde su llegada al poder, la presidenta Claudia Sheinbaum ha continuado con la línea trazada por su antecesor en materia de política comercial. Uno de los puntos clave de su administración es el “Plan México”, una estrategia que prioriza la sustitución de importaciones, principalmente chinas, con el objetivo de fortalecer la integración con América del Norte.
Entre los trece objetivos del Plan México, presentados a inicios de 2025, no figura una verdadera diversificación de los socios comerciales ni una reducción de la dependencia con Estados Unidos. Por el contrario, el discurso oficial resalta que el Tratado México-Estados Unidos-Canadá (TMEC) es la única vía para competir con China.
Esta postura se alinea con la visión estadounidense de frenar la expansión comercial china, adoptando medidas proteccionistas que incluyen aranceles y restricciones en sectores estratégicos. En Beijing, este tipo de decisiones son interpretadas bajo la lógica de la “mentalidad de Guerra Fría”, que parte de la premisa de que las diferencias político-ideológicas desembocarán inevitablemente en un conflicto global.
El economista y exministro de Finanzas de Polonia, Grzegorz W. Kolodko, lo resume así: “En la confusión de la Guerra Fría, muchas personas perdieron su habilidad de pensar claramente y se permitieron ser arrastrados por un mal sendero en nombre de lo mal concebido como ‘políticamente correcto’”.
Las tensiones entre China y México han provocado un debate entre exdiplomáticos y expertos en política exterior. Un ejemplo claro de esta división se observa en las posturas de dos exembajadores mexicanos en Beijing:
Mientras una visión promueve una mayor dependencia de Estados Unidos como estrategia para enfrentar a China, la otra reconoce la necesidad de equilibrio y pragmatismo en la política exterior mexicana.
La realidad es que los gobiernos mexicanos han optado por seguir la línea marcada por Washington, ya sea por afinidad ideológica, comodidad o el temor a represalias económicas. Esta decisión ha limitado la capacidad del país para explorar un modelo de relaciones más diversificado, dejando de lado oportunidades comerciales con China en sectores clave.
En este escenario, México se encuentra atrapado entre la presión comercial de Estados Unidos, que recurre al proteccionismo para frenar a China, y la pugna geopolítica entre los bloques de poder. Mientras Washington obliga a sus aliados a elegir un bando, se reduce la posibilidad de un esquema “ganar-ganar”, en el que México pueda beneficiarse tanto de su relación con Estados Unidos como de su vínculo con China.
A más de cinco décadas de relaciones diplomáticas, la incógnita sigue siendo la misma: ¿hasta cuándo México podrá sostener esta postura sin afectar su propio desarrollo económico?