En los mapas escolares suele parecer una delgada línea azul, pero en la geopolítica global, el mar Rojo representa uno de los corredores más sensibles del planeta. A lo largo de sus 1.900 kilómetros, este pasillo acuático une Asia con Europa a través de dos pasos angostos que concentran una parte clave del comercio marítimo global: el Canal de Suez, al norte, y el estrecho de Bab al Mandeb, al sur.
Por esta vía transita el 12% del comercio mundial y el 30% del tráfico global de contenedores, cifras que evidencian por qué esta región, ubicada entre la Península Arábiga y el Cuerno de África, es codiciada y disputada desde hace siglos, y lo sigue siendo hoy bajo formas más sofisticadas, pero igual de tensas.
Las aguas del mar Rojo bañan las costas de ocho países con realidades profundamente dispares: desde potencias regionales como Egipto y Arabia Saudita, hasta estados colapsados o en guerra civil, como Yemen, Sudán, Somalia y Etiopía. A lo largo de este corredor se entrecruzan cuatro conflictos armados activos, una rivalidad histórica entre potencias del Golfo como Riad y Teherán, y una batalla geopolítica global que involucra a China, Estados Unidos, Turquía y Emiratos Árabes Unidos.
En este contexto, el mar Rojo no es solo un canal logístico; es un espacio militarizado, vigilado, disputado, y altamente inestable. Como advierten los analistas, cada actor allí juega una partida de ajedrez propia, pero todos lo hacen sobre el mismo tablero.
El estrecho de Bab al Mandeb, que conecta el mar Rojo con el golfo de Adén y el océano Índico, se ha convertido en el punto más frágil de esta red estratégica. Con apenas 30 kilómetros de ancho, este pasaje se volvió escenario de ataques constantes desde 2023, protagonizados por los rebeldes hutíes de Yemen, alineados con Irán. Estas acciones redujeron en un 66% el tráfico de contenedores en la zona, obligando a muchas navieras a evitar el canal de Suez y redirigir sus rutas por el cabo de Buena Esperanza, elevando tiempos y costos.
Occidente respondió desplegando unidades navales de Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Europea, pero los ataques continúan, evidenciando que actores no estatales con posicionamiento geográfico estratégico pueden poner en jaque el comercio mundial.
Al norte del mar Rojo, el Canal de Suez representa otro chokepoint vital. Desde su inauguración en 1869, este paso ha sido blanco recurrente en las guerras árabe-israelíes de 1956 y entre 1967 y 1975, con bloqueos que paralizaron durante años el tránsito comercial. Esos antecedentes dejaron en claro que los estrechos marítimos no solo son rutas, sino instrumentos de presión y poder en manos de quienes los controlan.
Actualmente, Egipto administra el canal como fuente crucial de divisas y herramienta diplomática. La importancia estratégica del lugar no disminuye, al contrario: crece al ritmo de la interdependencia comercial global.
La creciente militarización del mar Rojo no es casual. El pequeño estado de Yibuti, con una superficie equivalente a la Comunidad Valenciana, alberga cinco bases extranjeras simultáneamente: de Estados Unidos (Camp Lemonnier), China, Francia, Italia y Japón. Este dato resume hasta qué punto las grandes potencias consideran imprescindible su presencia física para asegurar rutas comerciales vitales.
China, por ejemplo, estableció en 2017 su primera base militar en África como parte de su estrategia del Collar de Perlas, una red de puertos y enclaves que refuerzan su proyección marítima. Washington, por su parte, mantiene allí su instalación militar más importante en el continente, centrada en inteligencia y operaciones antiterroristas.
A nivel regional, el mar Rojo es escenario de intervenciones cruzadas: Arabia Saudita y Emiratos compiten por influencia con Irán y Turquía, apoyando a distintos actores en conflictos como los de Yemen, Sudán o Somalia. Mientras tanto, a nivel global, la pugna entre Estados Unidos y China se intensifica no solo en términos económicos, sino también estratégicos, usando el mar Rojo como espacio de maniobra y advertencia.
Las potencias no solo buscan controlar el comercio, sino también modelar los equilibrios políticos y de seguridad de África Oriental y la península Arábiga. En este punto, la interdependencia y la rivalidad geopolítica conviven en tensión constante.
Los episodios recientes, sumados a la persistente inestabilidad política y social de los países ribereños, indican que el mar Rojo seguirá siendo un punto caliente en el mapa mundial. Las próximas décadas dependerán de cómo se equilibren intereses tan dispares, y si las grandes potencias logran coordinar medidas de seguridad sin caer en confrontaciones abiertas.
El riesgo de una guerra sin restricciones, como la que anticiparon los coroneles chinos Qiao Liang y Wang Xiangsui, parece menos lejano en este corredor vital. En tiempos de alta fragilidad global, asegurar el mar Rojo es asegurar el sistema comercial internacional.
F: gs (foreign policy, bbc, podcasts)