Moscow, Idaho: El brutal asesinato de cuatro jóvenes estudiantes en una tranquila ciudad universitaria sacudió a todo Estados Unidos y dejó al descubierto una de las mentes criminales más enigmáticas de los últimos tiempos. La madrugada del 13 de noviembre de 2022, Bryan Kohberger irrumpió en la residencia de King Road 1122 y apuñaló mortalmente a Kaylee Goncalves, Madison Mogen, Xana Kernodle y Ethan Chapin, marcando para siempre a la comunidad y desatando una investigación policial sin precedentes en Idaho.
Los ataques, perpetrados a sangre fría y con extrema violencia, dejaron una escena tan dantesca que la policía los describió como un “ataque selectivo”. La comunidad, acostumbrada a la tranquilidad e incluso a registros policiales mínimos, entró en pánico. Durante semanas, la incertidumbre y el temor ante la posibilidad de un asesino en serie generaron un clima de paranoia y un éxodo estudiantil sin comparación.
Kohberger, un joven de 28 años, estudiante de criminología y doctorado, fue identificado gracias a pruebas genéticas descubiertas en la funda de un cuchillo Ka-Bar, incriminado además por registros de cámaras de vigilancia y compras relacionadas con el caso. El testimonio de Dylan Mortensen, una de las sobrevivientes que presenció la silueta del asesino esa noche, resultó clave para reconstruir los hechos.
A pesar de carecer de antecedentes de violencia, comenzaron a emerger relatos sobre su carácter reservado y problemático, con comportamientos que incomodaron a compañeros y profesores. Las autoridades lograron dar con su ADN luego de analizar la basura que descartó, confirmando su conexión con la escena del crimen. Tras su captura, Kohberger permaneció varios meses sin brindar explicación alguna, bajo una defensa centrada en su supuesta inocencia.
El juicio, ampliamente seguido por la prensa y la opinión pública, cobró un tinte nacional cuando el propio presidente Donald Trump instó a que el acusado brindara explicaciones sobre sus actos. Sin embargo, en la audiencia clave ante el juez Steven Hippler, Kohberger solo pronunció tres palabras: “Respetuosamente, me niego”, evitando cualquier confesión o justificación.
Finalmente, pactó con la fiscalía para eludir la pena de muerte, aceptando la condena a cuatro cadenas perpetuas, una por cada joven asesinado, y el pago de indemnizaciones a las familias. En el tribunal no mostró ningún tipo de emoción, permaneciendo impasible incluso al escuchar los testimonios de los padres de las víctimas.
El caso Kohberger expone la complejidad de los crímenes sin motivo aparente y el desafío para una sociedad en shock, que aún busca respuestas a la razón de semejante atrocidad. El silencio del asesino solo incrementó el desconcierto y la indignación, dejando abierta la pregunta que incluso desde la más alta esfera política llegaron a plantear: por qué cometió un acto tan atroz.